Opiniones de afirmación obligatoria

Posted in Esas cosas que yo escribo, Textos with tags , , , , , on 11 marzo, 2014 by Remy Blas

Tengo la sensación de que ya escribí acerca de esto alguna vez, o a lo mejor simplemente lo conversé con alguien, pero me vino el pensamiento a la cabeza y decidí escribirlo antes que se disolviera como tantos otros pensamientos que se pierden entre otros y desaparecen.

A lo mejor es algo bastante obvio, porque para mí es evidente, pero tal vez no para todos sea así. Me di cuenta que la mayoría de las veces que alguien te cuenta algo y espera que le des tu opinión o consejo, no quieren en realidad un consejo sincero ni una opinión personal. Quieren escuchar su propia opinión, su propia visión de las cosas, dicho por otra persona para confirmar sus preconceptos. Quieren escuchar lo que ya saben que es el curso de acción más evidente para su situación, en forma del consejo de alguien más, porque es más fácil que admitir para sí mismos que ya saben la respuesta a su interrogante.

«¿Qué debería hacer?» se traduce como «En el fondo sé lo que debo hacer, es obvio, pero quiero que vos me lo digas para ver si estoy en lo correcto.»

«¿Qué opinás?» quiere decir «Decime que estoy en lo correcto, que actué bien, que mi actitud al respecto a la correcta y normal.»

Y en general, las conversaciones con esta finalidad redundante, dejan poco lugar a una devolución distinta a la que se espera. Uno casi sin darse cuenta les da esa inyección de ánimo que necesitan para confirmar que su actitud es acertada, que sus decisiones son correctas.

Pero ¿qué pasa cuando hay diferencias de opinión? Cuando ese concepto prearmado con el que plantean el asunto, no es tan evidente para su interlocutor, cuya opinión varía radicalmente e imposibilita dar la opinión o consejo apropiado. ¿Entonces qué?

Bueno, lo socialmente aceptable en una amistad quizá sea decirle al otro lo que espera escuchar en vez de lo que realmente uno piensa.  O a lo mejor no, en una verdadera amistad hay que decir la verdad, no importa lo que el otro esperara escuchar. Eso suena más correcto ¿no? Pero para el que busca una confirmación a sus preconceptos en lugar de una opinión sincera, eso no sirve, porque desploma la estructura de su pensamiento y desarma el esquema con el que ya se sentía cómodo y al que solo pretendía reafirmar.

No se preocupen, no es tan grave; después de todo, cuando eso pasa, el consejo desubicadamente honesto suele ser brutalmente ignorado para que el castillo de naipes neuronal de esa idea testaruda no se venga abajo.

Terror en el tren (ficción)

Posted in Relatos, Textos on 9 marzo, 2014 by Remy Blas

Escuchando el hipnótico traqueteo del tren, mi mente vagaba a la deriva, sin detenerse en ningún pensamiento en particular, hasta que me encontré mirando al hombre sentado dos filas delante mío y algo en su aspecto me devolvió a la realidad. Vestía un abrigo sucio demasiado grande y pesado para el calor que hacía. Algunos mechones de pelo grasiento caían sobre su rostro áspero y curtido como el cuero. Su boca estaba ligeramente entreabierta dejando ver unos pocos dientes amarillentos y torcidos. Pero lo peor eran sus ojos.

Pequeños y ensombrecidos por unas cejas espesas, sus ojos pálidos tenían una intensidad inusual. Estaban fijos en algún lugar, como si pudieran ver algo más allá de lo que otros pudiéramos ver. Algo en esos ojos me dio un escalofrío y seguí la dirección de su mirada para ver qué observaba con tanta atención. Mi escalofrío se intensificó al ver que esa mirada estaba fija en una niña pequeña sentada del otro lado del pasillo del vagón desde donde me encontraba sentado. No tendría más de seis o siete años, con rizos dorados y un rostro dulce lleno de inocencia infantil.

La niña miraba por la ventana, a la ciudad que iba pasando a los lados del tren, indiferente a la mirada de aquel hombre de aspecto perverso, pero un instante después, giró su pequeño rostro devolviéndole la mirada. Yo volví a mirarlo también, y vi que se movía para levantarse de su asiento, sin dejar de mirar a la niña. Volví a mirarla a ella, preocupado, y vi que sonreía con dulzura, un instante antes de que todo se volviera negro cuando el tren entró en un túnel.

En pleno día, las luces del vagón estaban apagadas así que por unos instantes, la oscuridad fue completa. En aquella penumbra, los ojos pálidos y macabros del hombre volvieron a mi memoria y tuve miedo por la pequeña niña a la que esos ojos observaban. Durante un segundo, la luz de un foco a un lado del túnel iluminó el interior del vagón, como un relámpago en medio de una tormenta y vi al hombre de pie en el pasillo, con su rostro todavía vuelto hacia la niña que continuaba sentada. Por instinto me puse de pie, prácticamente sin pensarlo. Pero antes de que pudiera dar un paso, otro flash de luz me mostró la escena delante mío y no vi al hombre ni a la niña. Antes que pudiera girar mi rostro para buscarlos, la oscuridad había vuelto.

Mis músculos se tensaron con los nervios y esperé impaciente a la siguiente luz. Cuando llegó, me encontré mirando al hombre,  nuevamente en su asiento, con los ojos cerrados como si durmiera, y la cabeza descansando sobre su hombro, el cuello expuesto entre marañas de su pelo sucio. Me pareció que la arrugada piel de su cuello estaba rasgada como si estuviera herido.

Giré para buscar a la niña con la mirada cuando pasáramos junto a la próxima lámpara, y en medio de aquel instante de luz la encontré a un paso de mí con sus ojos fijos en los míos. Sonreía todavía, aunque esta vez su sonrisa estaba desprovista de aquella dulzura infantil y había algo macabro en ella. La luz se fue demasiado rápido para asegurarme de que hubiera visto bien, pero podría jurar haber visto un destello rojo, como el color de la sangre, entre sus dientes.

Otro escalofrío recorrió mi espalda ante aquella escena. La última que vi. La próxima luz del túnel nunca llegó para mí.

Picaflores sociales

Posted in Esas cosas que yo escribo, Textos with tags , , , , on 18 febrero, 2014 by Remy Blas

Hoy en una breve conversación con alguien (y ahí está el quid de la cuestión, en la brevedad de nuestra interacción), recordé qué era lo que me irritaba y por qué nunca soy el que inicia las charlas con dicha persona. Es una de esas personas con menos capacidad de atención que un bebé recién nacido. Es una persona que viene a hablarte con todo el entusiasmo de alguien que aparenta ser muy sociable, pero que en el momento que uno empieza a responderle, su atención comienza a disminuir y dispersarse. Y en cuestión de minutos, o incluso segundos, después de sutilmente empezar a mirar alrededor, se aleja, o se distrae con algo, o empieza a hablarle a alguien más. Y me deja hablando solo como un idiota.

Quizá la persona que inspiró que escriba esto es un caso excepcional, exagerado, de esta condición, pero estoy seguro que no es la única. Debe haber otras personas con esa poca capacidad de atención a lo que otros dicen, incluso cuando les están respondiendo a lo que ellos mismos preguntaron, o en una conversación que ellos iniciaron. Incapaces quizá de participar en una conversación que dure más de dos minutos, tal vez cinco con suerte; incapaces de mantener su atención en una sola persona.

Tal vez sea que no les importa nada que los demás digan si no tiene que ver con ellos, y es una forma de orgullo, o vanidad. O tal vez simplemente sea la forma de ser de esos «picaflores sociales».

Crónica de mis 10 horas en una terminal del interior

Posted in Esas cosas que yo escribo, Textos with tags , , , , , , , on 8 febrero, 2014 by Remy Blas

Sábado 1 de febrero

Después de una semana de vacaciones en Reta, tengo que viajar a Pinamar para pasar ahí otra semana de vacaciones. Parece simple pero durante ese día, casi nada sale como estaba planeado.

14:00 Acalorado y cargado con valija, mochila y termo, subo a la combi «La Primera Dorreguense» para marcharme de mi amado Balneario Reta, rumbo a Tres Arroyos y eventualmente, tras un viaje en micro, a Pinamar, donde comienza mi segunda semana de vacaciones.

15:00 La combi se detiene en las afueras de Copetonas y un micro para delante. Yo pensaba que la combi iba directo a Tres Arroyos, así que, desinformado de ese transbordo obligatorio, junto rápidamente mis cosas y paso de un vehículo a otro, dándome cuenta demasiado tarde que mis lentes de sol quedaron atrás, abandonados.

15:30 Llego a la terminal de Tres Arroyos, me instalo en un asiento, saco mi libro y me dispongo a soportar la que yo consideraba hasta ese momento como una larga espera, hasta la partida del micro a las 18:20.

17:00 Un par de sanguches de miga y una gaseosa componen un almuerzo tardio/merienda. Sigo leyendo y esperando.

18:00 Salgo al sector de los andenes a esperar la llegada del micro.

19:00 La tardanza del micro empieza a pasar de leve irritación a creciente preocupación.

19:40 Después de más de una hora de retraso, voy a la boletería de la empresa Rio Paraná a consultar si tanto retraso era normal. Me informan que ese micro ya pasó. Le digo que yo estoy ahí desde antes de las 4 de la tarde así que es imposible que haya pasado sin que lo vea. Insiste en que ya pasó. Yo insisto en que no. La discusión se pone tensa. No llegamos a nada. Pido un reembolso al menos y me niegan incluso eso. Tomo aire y contengo los impulsos de mi creciente ira. Averiguo en otra boletería precio y horario para otro micro a Pinamar. Es bastante más caro que el que ya perdí. Sale a la 1:30. Dudo. Me doy cuenta que no tengo otra opción. Compro.

20:00 Mi «larga» espera de 3 hs ahora se convirtió en una espera de 10 horas, de las que me quedan 5 y media por delante. Lucho por superar una rabia asesina y me pongo a analizar las opciones. Con bolso, mochila y termo no estoy en condiciones de salir a pasear cómodamente por Tres Arroyos, ni estoy de ánimo. Para colmo la batería de mi celular está por agotarse. Encuentro un enchufe, conecto el cargador y «acampo» en ese rincón.

21:00 Sigo acampado en mi rincón, ya descalzo y algo cómodo, y bastante más calmo después de que la bronca se enfriara un poco.

22:00 El micro que va de Reta a Buenos Aires para por unos minutos en la terminal de Tres Arroyos. Mi amigo Pato baja, le cuento mi situación y nos sentamos a tomar un café con leche. Después él vuelve a su micro y reanuda su viaje.

23:00 Instalado de vuelta en una silla del bar de la terminal, continuo mi rutina de lectura y espera. Mientras tanto, llamo mi compañía de celular para averiguar por que mi crédito se consume solo, aunque no lo use, y consigo dar de baja uno de esos planes de mensajes que sólo sirven para drenar el saldo. Una buena al menos.

0:00 Me avisan que el bar va a cerrar así que junto mis cosas y mudo mi improvisado campamento nómade al otro extremo de la terminal.

1:00 Termino de leer otro alucinante capítulo de A dance with dragons, de George R.R. Martin. En mi larga estadía en esa terminal adelante bastante del libro.

1:30 Llega el micro, despacho la valija y subo al sauna móvil de gente roncando en un ambiente de altos niveles de humedad y olor a encierro. El improvisado número 35 que me dieron resulta corresponder a un asiento de pasillo, donde un tipo duerme plácidamente. Asumiendo que el pobre idiota no sabe interpretar el significado de una P o una V junto al número del asiento, me dispongo a pasar al asiento 36, ventana, para lo que de todas formas tengo que despertarlo y pedirle permiso, tarea que resulta ser más difícil de lo que parecía.

2:00 Sucumbo al agotamiento y me entrego a los brazos de Morfeo, a un sueño incómodo e interrumpido, despertando ocasionalmente con sorpresa ante los bamboleos violentos del micro que parece a punto de volcar en cualquier momento. O a lo mejor es que yo ya espero cualquier cosa a esta altura.

5:00 Mar del Plata. Un chofer despierta al señor del asiento de al lado para recordarle que ya tiene que bajar. Mientras el micro sigue en marcha esperando en la terminal quien sabe a qué o quién para reanudar el viaje, aprovecho el asiento libre de la lado y me acomodo un poco mejor para seguir durmiendo.

7:00 Villa Gesell. Una señora ocupa el asiento vacante al lado mío así que tengo que volver a mi pose cuasi claustrofóbica. Aviso a mi amigo Gustavo por donde estoy, así me busca en la terminal.

8:00 Al fin, después de 18 hs de haber salido de Reta, llego a Pinamar.

9:00 Cama. Una cama de verdad, con colchón y almohada. Me desplomo sabiendo que no me queda mucho tiempo hasta que los demás se levanten, pero me dispongo a que al menos en un rato de descanso mis vértebras intenten acomodarse en su lugar tradicional.

Y así, al fin, termina por ahora mi odisea.

2013 en M&H

Posted in Otros with tags on 31 diciembre, 2013 by Remy Blas

Los duendes de las estadísticas de WordPress.com prepararon un informe sobre el año 2013 de este blog.

Aquí hay un extracto:

Un tren subterráneo de la ciudad de Nueva York transporta 1.200 personas. Este blog fue visto alrededor de 3.700 veces en 2013. Si fuera un tren de NY, le tomaría cerca de 3 viajes transportar tantas personas.

Haz click para ver el reporte completo.

Un paso adelante, dos atrás

Posted in Esas cosas que yo escribo, Textos on 19 noviembre, 2013 by Remy Blas

Viéndolo desde un punto de vista social, tengo un pensamiento un poco extremo del tipo «supervivencia del más fuerte». No es que crea que nadie merece morir por ser débil, pero sí me causan desprecio los que no tienen fortaleza de carácter suficiente para mantener su vida estable, los que no tienen fuerza de voluntad para tomar decisiones inteligentes, no por desconocer cual es la elección correcta sino porque es más fácil tomar otro camino; porque es más simple, toman el camino de los débiles.
Se que no es agradable, que sueno algo extremista al expresar este pensamiento, pero en realidad escapa de mi control. Más que un pensamiento es un sentimiento, algo que no puedo evitar sentir.
Y la mayor ironía es que soy totalmente consciente de que mi propia clasificación de débiles se aplica completamente a mi mismo. Estoy seguro que es alguna forma de proyección, de baja autoestima, no lo se. Pero sé que lo que detesto de mí mismo cuando tomo la decisión equivocada sabiendo cuál es la correcta, cuando cedo a un impulso que sé que no puede llevar a nada bueno, cuando no tengo la voluntad de hacer algo bueno por mí mismo, todo eso me causa desprecio y rabia al verlo en las actitudes de algo más. Me dan ganas de gritarle a esa persona que no sea como yo, que se ponga firme en lo que sabe que está bien y demuestre que hay gente que puede dar un paso adelante sin dar dos hacia atrás. Porque si existe gente así, entonces a lo mejor yo tengo esperanza de serlo algún día y pueda dejar de ser débil.
Pero si en todos lados veo estupidez y autodestrucción… ¿Qué esperanza queda?

El barco y la tormenta

Posted in Esas cosas que yo escribo, Textos with tags , , , , on 29 junio, 2013 by Remy Blas

El barco se deslizaba suavemente sobre aguas tranquilas y cristalinas. Todo iba bien y no podía quejarme, mi mano en el timón guiaba la nave con destreza y estaba orgulloso de mi éxito. Aunque habían ocasionales turbulencias, el viaje iba cada vez mejor. No podía quejarme.

Entonces levanté la vista y vi la primer nube. No me preocupé demasiado. El viento estaba a favor y el cielo despejado, una simple nube oscura no iba a influir en mi viaje. Sentí que la velocidad disminuía, pero no era un contratiempo tan grande, el barco seguía yendo hacia adelante con fuerza. Y aquella segunda nube no era nada de lo que preocuparse.

Comprendí la magnitud del peligro cuando un rayo cayó con fuerza en mi embarcación, partiendo el mástil principal al medio. El barco se agitó con fuerza y se desvió del trayecto. Me aferré al timón con todas mis fuerzas, tratando de devolverlo a su rumbo, pero no pude controlarlo.

La tormenta se había desatado de un momento al otro a mi alrededor sin darme tiempo a prepararme, y mi embarcación se caía a pedazos. Demasiado confiado por la calma en que mi viaje se estaba desarrollando, olvidé cómo conducir en medio de aquel peligro, y no sabía que hacer. Intenté por todos los medios salir de aquella situación, pero mis intentos eran infructuosos y parecían incluso llevarme hacia la peor parte de la tormenta, poniéndome en un peligro cada vez mayor.

El miedo me paralizaba pero mi orgullo me impedía soltar el timón. Testarudo, todavía quería guiar el barco esperando salvarlo. Yo, que lo había metido en medio de aquella catástrofe; yo, que no sabía cómo salir de la tormenta; yo, que no era más que un capitán de aguas calmas y tranquilas.

«¿Capitán?» me dije a mí mismo en un repentino momento de claridad mental. «Este puede ser tu barco pero no sabés conducirlo, ni conoces el camino. Dale el timón al verdadero Capitán.»

Me di vuelta y vi que ahí estaba Él, tranquilo y sonriente, calmo en medio de aquel desastre. No había dicho nada, observándome en silencio, esperando a que yo me diera cuenta de mi error, esperando a que soltara el timón y le dejará tomar control de mi embarcación. Sin juzgarme, sin presionarme y sin regañarme, porque sabía que no importa que tan profundo en la tormenta yo guiara el barco, Él podía sacarlo y llevarlo a salvo.

Comprendí mi increíble arrogancia al creer que yo podía guiar mi barco y olvidar que era el Capitán el único que podía llevarlo a su destino. Humilde, solté el timón dando un paso al costado y dejé que Él tomara el control.